miércoles, 10 de junio de 2015

¿Podemos hablar de la muerte sin hablar de la vida?


"Así, el más terrorífico de los males, la muerte, no es nada en relación a nosotros, porque, cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotros no somos más. Ella no está, pues, en relación ni con los vivos ni con los muertos, porque para unos no es, y los otros ya no son. Pero el vulgo unas veces huye de la muerte como el mayor de los males, otras la prefiere como el término de los males del vivir."  (Epicuro: Carta a Meneceo)

Al finalizar el Café filosófico de Mayo se propuso, entre los participantes, el tema para nuestro encuentro del mes de Junio: la muerte. Así que durante las próximas semanas publicaré en mi blog algunas de las reflexiones y aportaciones filosóficas que han llegado a nosotros de la mano de conocidos filósofos. En el caso de hoy, me acompaño de Epicuro.

En la concepción de Epicuro, la muerte, como antónimo de la vida, sería equivalente a la supresión de toda sensación. En este sentido, la vida y la muerte no se tocan. El temor de los más, según Epicuro, estaría basado, en concebir la muerte como un límite de la vida susceptible de ser experimentado. Pero la muerte no se puede experimentar. Aquí radica su nadidad esencial en el pensamiento de nuestro filósofo de hoy.  Las representaciones que nos hacemos sobre la muerte, en general, incluyen la idea de que ésta nos afecta de alguna manera, pero, para Epicuro, no hay ninguna relación entre la sensación y la muerte.

No obstante,  Epicuro nos exhorta a perseverar en este pensamiento. ¿Con qué finalidad? Veamos:

Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada en relación a nosotros. Porque todo bien y todo mal está en la sensación; ahora bien, la muerte es privación de sensación. De aquí se sigue que el recto conocimiento de que la muerte no es nada en relación a nosotros hace gozosa la condición mortal de la vida, no añadiéndole un tiempo ilimitado, sino apartándole el anhelo de inmortalidad.

Si juzgamos la muerte como límite de la vida y por tanto la interpretamos como la privación de cualquier bien -posible o real- , acrecentamos una ansiedad que se alimenta del deseo de prolongar la vida ad infinitum, es decir, del deseo de inmortalidad. Pero, para Epicuro, pensar que la muerte no es nada en relación a nosotros nos abre al gozo, un gozo que nos sería sustraído tan pronto nos relacionamos con nuestra vida desde el deseo de inmortalidad,  sometiendo la existencia a la tristeza del diferimiento y privándo al presente de su kairós.

El sabio, en cambio, no teme el no vivir: pues ni le pesa el vivir ni estima que sea algún mal el no vivir. Y así como no elige en absoluto el alimento más abundante, sino el más agradable, así también no es el tiempo más largo, sino el más placentero el que disfruta. El que recomienda al joven vivir bien, y al viejo bien morir, es necio, no sólo por lo agradable de la vida, sino también porque es el mismo el cuidado de vivir bien y de morir bien.

El sabio epicúreo no ve mal ni en la vida ni en la muerte; no mide el tiempo por su extensión sino por la riqueza experiencial que se da en él.  La muerte, como estado, nos es inaccesible: ante ella, "todos los hombres habitamos una ciudad sin muros"; y, con la muerte, como fin del vivir, si se ha sabido extirpar el miedo,  llega la vida a su consumación.

Con esta pequeña introducción al tema de la muerte guiados por el pensamiento de Epicuro, me despido por hoy.

Hasta la próxima semana,

Carmen Zanetti
www.carmenzanetti.es

(Fuente: Epicuro, Carta a Meneceo -traducción y notas de Pablo Oyarzún-)







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