miércoles, 28 de enero de 2015

La empatía del filósofo asesor



A veces me pregunto si hay alguien que lee las entradas de este blog. También me pregunto si, en tal caso, habrá alguien que pertenezca al mundo de la ayuda psicológica o filosófica. Por si es así, hoy quiero hablaros sobre la empatía.



El hombre vive esencialmente dentro de un mundo personal y subjetivo y sus actividades y modo de conducirse son el fruto de propósitos subjetivos y de elecciones subjetivas. Entender desde dónde alguien actúa o reacciona de esa manera, cuáles son sus motivaciones y cuáles las creencias que alberga implícitamente su conducta es una capacidad que el asesor filosófico deberá afinar y entrenar. 
Comprender a otra persona ayuda al proceso de autocomprensión:
En mi  opinión, antes de poder iniciar una consulta filosófica, el counselor o filósofo asesor debería responderse de antemano si es capaz de iniciar un proceso con la disposición y capacidad de penetrar en profundidad el mundo emocional y de significados personales de sus consultantes y verlos del mismo modo en el que él los vive sin juzgarlos[2]. Es muy importante situarnos en el momento presente del consultante, pues sólo desde ese lugar podremos ir avanzando, en la certeza de que si ofrezco comprensiones o intuiciones que el consultante aún no está preparado para integrar, las rechazará o, lo que es aún peor, las acogerá pensando que como vienen del que ocupa el lugar de “experto”, deben ser aceptadas como ciertas. El objetivo de la práctica filosófica ha de ser siempre la autonomía del consultante, para lo cual, es imprescindible que cada paso que el consultante avance, tanto en la comprensión gradual de su propia verdad como en la comprensión de la realidad, sea autógeno. Las comprensiones sentidas que se alcanzan por uno mismo quedan integradas y facilitan el proceso de seguir avanzando hacia nuevas comprensiones, mientras que las “prestadas” por otros siempre serán inauténticas y favorecerán la dependencia.
A propósito de la comprensión, Rogers dice: Sólo cuando comprendo los sentimientos y pensamientos que al cliente le parecen horribles, débiles, sentimentales o extraños y cuando alcanzo a verlos tal como él los ve y aceptarlo con ellos, se siente realmente libre de explorar los rincones ocultos y los vericuetos de su vivencia más íntima y a menudo olvidada. … Se trata de la libertad de explorarse a sí mismo...[3]

El reflejo como método de verificación y avance en la comprensión empática.
Cuando utilizamos la experiencia de la comprensión empática como fuente de conocimiento, controlamos nuestras inferencias empáticas con el consultante, verificando o refutando las inferencias e hipótesis implícitas en tal empatía a través del reflejo. Se han descrito muchos tipos de reflejo para seguir empáticamente el discurso de la persona a la que intentamos comprender. Os propongo dos ejemplos:

El reflejo cognitivo. La comprensión cognitiva va más allá de la simple comprensión: implica poner atención en la lógica discursiva del consultante, en las asociaciones e interconexiones que hace entre sus ideas, así como el tipo de razonamientos al que está habituado. Este proceso de comprensión y elucidación de las creencias del consultante ayudan a que descubra, tanto el modo en el que ha estructurado el suelo sobre el que pisa, es decir, el sistema de sus creencias, como sus modos de percepción del mundo y de percibirse a sí mismo.

El reflejo emotivo. Si convenimos que a cada creencia le acompaña una emoción y una conducta determinadas, la respuesta a través de un reflejo de emoción estaría dirigida a chequear si estamos comprendiendo con exactitud las emociones que acompañan el discurso del consultante, es decir, aquéllas correlativas a las creencias implícitas en la historia que está relatándonos.

La decodificación de la cadena de significantes conceptuales y emocionales del discurso del consultante favorece un paulatino reconocimiento de sí mismo y, por tanto, el avance hacia un proceso de reconfiguración personal que ponga en cuestión la valoración de los constructos adquiridos a través de la historia personal del consultante. La libertad que se va adquiriendo a medida que se avanza en un  despliegue cada vez más amplio de la experiencia, favorece que el consultante adquiera  una visión de un nivel superior de conciencia  y una valoración más libre y personal de ella.

Es útil, por tanto que el filósofo asesor preste atención a dos aspectos fundamentales: a los aspectos cognitivos, es decir, a los significados que el consultante atribuye a sus experiencias, y a los aspectos emocionales asociados a ellos.


Os propongo entrenar la escucha empática durante esta semana a través del siguiente ejercicio:
Cuando escucho a alguien, intento elucidar las creencias implícitas que hay en su discurso y se las reflejo en la actitud de constatar y corroborar si ciertamente corresponden a lo que la persona cree. Asimismo, mientras escucho, también puedo darme cuenta de la emoción contenida en el relato del consultante o de la persona a la que estoy prestando mi atención y escucha y mediante una frase que mencione dicha emoción la reflejo chequeando, de nuevo, si es la emoción que más se ajusta a su discurso.

Hasta el próximo miércoles,

carmen C zanetti





[1] Rogers, Carl; Terapia, personalidad y relaciones interpersonales; Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1985,  pag. 45
[2] A propósito de la importancia de una actitud no enjuiciadora transcribo uno de los pasajes de la obra de Rogers  El proceso de convertirse en Persona: “he llegado a sentir que cuanto más libre de juicios y evaluaciones pueda mantener una relación, tanto más fácil resultará a la otra persona alcanzar un punto en el que pueda comprender que el foco de la evaluación y el centro de la responsabilidad residen en sí mismo”.
[3] Rogers, Carl R., El proceso de convertirse en persona, Ed Paidós Mejicana, 1997, pag 41



Bibliografía:

Carl Rogers: Terapia, personalidad y relaciones interpersonales y El proceso de convertirse en persona (Paidós Mejicana 1997)
Erskine, Richard G; Moursund, Janet P.; Trautman, Rebecca L, Más allá de la empatía: Una terapia de contacto-en-la-Relación, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao 2012
Giordani, Bruno, La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao, 1997
Kennedy, Eugene y Charles, Sara C., Convertirse en Counselor.









miércoles, 21 de enero de 2015

En busca de nuevas respuestas

Buenas tardes queridos amigos.  Hoy deseo compartir con vosotros un pequeño artículo que he escribí hace un tiempo.  Espero que os guste.  Gracias por contactar de nuevo con este blog.


EL PARADIGMA DE LA PRACTICA FILOSOFICA

Un paradigma, en un sentido amplio, se puede definir como una constelación de creencias que delimita el ámbito de su conocimiento y que prescribe, tanto las preguntas que se pueden hacer como las que quedan fuera de su marco de indagación. Además, un paradigma determina también cuál es la metodología adecuada que se ha de aplicar a fin de  proporcionar  respuestas a los problemas planteados. Es decir, la influencia de los paradigmas no es sólo cognoscitiva, sino normativa, además de definir la naturaleza y la realidad, determina también el campo problemático permisible, los métodos de enfoque aceptables y establece los niveles de las soluciones[1]. Es por esta razón, que un paradigma es más que un simple modelo teórico de utilidad para la ciencia; en la práctica su filosofía moldea el mundo, gracias a la influencia indirecta que ejerce en los individuos y en la sociedad.[2]

DESCARTES Y HEIDEGGER ¿Conocer o Ver?, ¿Representar o Desvelar? ¿Sujeto/objeto o Presencia? Dos paradigmas diferentes

El giro hacia el sujeto que inaugura la modernidad, se inicia cuando Descartes reinterpreta el significado de sujeto -sub-iectum-  como una sustancia pensante –res cogitans-, una sustancia que no consiste en otra cosa sino en la actividad del pensamiento y que se intuye como la unidad de un yo. Se constituye así un nuevo paradigma sujeto/objeto, en el que el sujeto es entendido como sujeto que conoce y  lo real como aquello que me represento.

En La época de la imagen del mundo[3], Heidegger explica cómo es en la metafísica de Descartes en la que, por primera vez, el mundo se concibe como representación objetiva y la verdad como certeza de esta representación, siendo lo decisivo de la Edad Moderna el hecho de que el hombre se convierte en sujeto –lo que como fundamento, reúne todo lo demás-.

La idea que propongo es la de reflexionar, siguiendo la lúcida argumentación de Heidegger, acerca de qué concepción del mundo y de la verdad fundamenta la esencia de la ciencia moderna y qué tipo de hombre de ciencia se acuña en el despliegue del carácter de la ciencia actual, con el objetivo de que podamos tomar conciencia de cuál ha sido el coste de haber realizado este giro, este cambio de mirada hacia el mundo.
             
Uno de los fenómenos esenciales de la Edad moderna es la ciencia. Pero tratemos de analizar qué concepción del mundo y de la verdad fundamenta la investigación de la ciencia moderna. Heidegger identifica la investigación como la esencia de la ciencia de la modernidad, algo que tiene como corolario la determinación de un tipo de hombre de ciencia diferente: a partir de este momento desaparece el sabio y es sustituido por el investigador. A partir de esta sustitución, el conocimiento, en tanto que investigación, le pide cuentas al mundo acerca de cómo y hasta qué punto está a disposición de la representación. Es decir, la ciencia, se convierte en investigación cuando busca el ser de lo que hay (lo ente) en una objetividad que sólo puede tener lugar en una representación, al objeto de que el hombre pueda tener certeza de él.

Pero ¿qué hay en juego en toda esta modificación de la mirada, qué se gana, qué se pierde, cuál es el problema de esta nueva mirada del sujeto hacia el mundo?  Heidegger dirá que lo que se pierde en esta nueva forma de entender la verdad es la concepción de la verdad como desocultamiento –aletheia-, lo  cual trae aparejada una nueva idea de ser que ignora ese abrirse, manifestarse y retraerse del ser en cuanto ser.

Después de Descartes, el pensar se convierte en condición de posibilidad de lo que es, momento a partir del cual, el ser de lo que hay anidará en un pensar concebido como representar.  Es por esto, que el hombre, a partir de Descartes, se convierte en medida y norma de todo lo que es.
           
¿Hasta dónde podemos decir, entonces, que se aleja Descartes de los inicios del pensamiento griego y en qué medida es diferente su interpretación del hombre como sujeto? Como sujeto representador, aclarará Heidegger, el hombre fantasea, es decir, se mueve en la imaginatio, en la medida en que su capacidad de representación imagina el mundo como algo objetivo, en una representación del mundo como imagen; algo muy diferente a la phantasía que acontece en el desocultamiento, es decir, al aparecer de lo presente para el hombre que está, a su vez, presente para lo que aparece. Es decir, en la sofística griega el hombre no podría nunca ser subjectum ya que en ella el ser es presencia y la verdad desocultamiento (aletheia).  El hombre griego reconoce el ocultamiento de lo que es y la imposibilidad de decisión respecto a su presencia o ausencia o respecto a su apariencia.
               
  Que el mundo se convierta en imagen, es pues, el mismo proceso por el que el hombre se convierte en sujeto. Esta preeminencia de un sub-jectum que subyace como fundamento, nace de la aspiración del hombre a un fundamento de la verdad, en el sentido de certeza inquebrantable, una aspiración que nace, según Heidegger, de la liberación del hombre del poder vinculante de la verdad cristiana revelada.

La nueva característica de la verdad es que toma forma de certeza garantizada por un conocimiento verdadero que por medio del representar le es remitido al sujeto como evidente.  Se trata de una certeza que implica una adecuación entre una realidad que, en tanto enfrentada, está sometida a las condiciones de la representación impuestas por un pensar representativo. A partir de ser situado de este modo el mundo y de ser representado por el sujeto lo aseguro como tal y me instituyo en sujeto dominador que valora lo que hay a partir del hombre y para el hombre.

La esperanza, sin embargo, según Heidegger, es que el ser sujeto no es ni será la única posibilidad que se le abre al hombre histórico, sino más bien una nube pasajera sobre una tierra ensombrecida por el oscurecimiento que ha provocado la verdad como certeza de la subjetividad sobre un acontecimiento que no le está permitido conocer.
                No es nada nuevo reconocer que, a pesar del extraordinario alcance técnico de la ciencia moderna y su potencial para resolver muchos de los problemas materiales de la humanidad, su efecto parece no haber cumplido las expectativas esperadas. Sus descubrimientos más espectaculares –la energía nuclear, los ordenadores, las naves espaciales, la cibernética, así como los grandes descubrimientos en bacteriología, genética y química- se han convertido en una enorme amenaza. Es por esta razón por la que cada día somos más los que ponemos en duda que este veloz progreso técnico, sin el acompañamiento de una evolución de la conciencia de las personas que lo dirigen y controlan, tenga visos de llegar a buen puerto.

En paralelo, a toda esta situación de crisis económica, sociopolítica y ecológica, se puede constatar un interés creciente en la evolución de la conciencia como posible alternativa a la destrucción global[4]. En tiempos de crisis –al modo de la descomposición de la polis griega-, el hombre busca alternativas y se repliega sobre sí mismo en busca de respuestas.





                                                                                              Carmen Zanetti Dueñas
                                                                                              www.carmenzanetti.es
                                                                                                                                                                                                                                                                          

Bibliografía:

Heidegger, Martin, Caminos del Bosque: La época  de la imagen del mundo; Alianza Editorial, Madrid, 2010
Khuhn, La estructura de las revoluciones científicas,  Fondo de cultura económica, México D.F., 2006
Grof,Stanislav,  Psicología Transpersonal, Kairós, Barcelona, 1994





[1] Grov, Stanislav; Psicología transpersonal –Nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia-; Ed. Kairós, Barcelona, 1994; pag. 23
[2] Ibid, op.cit., pag 45
[3] Véase La época de la imagen del mundo, en Caminos del Bosque (Heidegger)
[4] Grof, op.cit., pag 46

miércoles, 14 de enero de 2015

Las actitudes del filósofo asesor

Buenos días queridos amigos:

Hoy quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la práctica del Asesoramiento filosófico. 

Sostengo la importancia de que la práctica filosófica, sea realizada desde el enfoque y la metodología que cada profesional decida seguir, se lleve a cabo en un ámbito de confianza, comprensión, respeto y aceptación. Carl Rogers hizo una gran aportación respecto al estudio y esclarecimiento de las actitudes necesarias  que la persona que facilita cualquier relación de ayuda debe desarrollar y poner en juego en la relación de la consulta, a fin de facilitar que se produzca en los consultantes una  apertura progresiva  hacia la integración de la totalidad de su experiencia. Sirviéndome de algunas de sus reflexiones y aportaciones, me propongo compartirlas con todos los que estéis motivados o interesados en el ejercicio de la práctica filosófica.

La primera fase de un proceso de asesoramiento filosófico, tal y como yo lo entiendo, tiene que ver con explorar el mundo del consultante, es decir, con la comprensión de las significaciones que ha ido otorgando a sus experiencias vitales, la comprensión de las motivaciones que le han llevado a dirigir su vida en determinadas direcciones, el entendimiento del porqué de las metas que ha perseguido y persigue en el momento presente, etc. En otras palabras, la primera fase de la consulta es una tarea indagatoria dirigida a explorar la filosofía de vida del consultante; se trata de un proceso de clarificación gradual que trata de sacar a la luz las creencias implícitas que sostienen su modo de vivir y las emociones que tiñen su existencia.

En esta fase es indispensable que el interés del counselor o del filósofo asesor  se centre en comprender el mundo del consultante, tal y como él lo entiende y lo vivencia, en aras a comenzar  un proceso elucidatorio en el que una amplitud gradual de conciencia permita que el propio consultante se pregunte sobre la veracidad o distorsión de las creencias que conducen sus acciones y que están dando lugar a sus estados de ánimo y a sus emociones. Esa ampliación e integración gradual de la experiencia en la totalidad de su conciencia conduce al acceso a nuevos niveles de comprensión que permiten que el consultante se deshaga de creencias que limitan, tanto la forma de concebirse y comprenderse, como su modo de concebir y enfrentar la realidad. Este   trabajo y ejercicio constantes, favorece que la mirada del consutante se disloque, es decir, que se desplace del lugar desde el que veía las cosas hasta ahora para que las fronteras de limitaban su visión se amplíen.

Es importante poner énfasis en el hecho de que la indagación filosófica se desmarca de la categorización diagnóstica utilizada en el ámbito de la psicología clínica tradicional. La indagación filosófica se centra en el proceso autoexploratorio de la filosofía del  consultante y en las comprensiones a las que él mismo pueda ir teniendo acceso a partir de un diálogo mantenido entre el filósofo y el consultante, basado en el respeto y la confianza. En este sentido, deseo señalar el hecho de que la sensibilidad y competencia con las que se hacen las intervenciones del asesor serán de crucial importancia, tanto en las fases iniciales de la consulta filosófica, como en las futuras etapas del desenvolvimiento del proceso para el crecimiento de la relación que se va a forjar entre el consultante y el filósofo asesor.

En el procedimiento indagatorio, las preguntas del filósofo son, en un primer momento, preguntas, destinadas a esclarecer y comprender desde qué lugares ha tomado y toma las decisiones de su vida (qué creencias están en juego, qué experiencias pasadas -y qué interpretación de ellas en la actualidad- determinan sus decisiones  o sus conductas, cuáles son los conflictos que más le perturban o se repiten más en su vida, qué sentimientos guían su acción, etc.). Estas preguntas, son preguntas que, a la par que esclarecen,  invitan al consultante a buscar nuevas respuestas, a pensar de modos distintos y a explorar nuevos niveles de conciencia.

El consultante siempre es el protagonista del proceso de indagación y, cuando se realiza de un modo en el que están presentes, el respeto, la comprensión, la aceptación profunda y genuina de la experiencia del consultante y la propia madurez y coherencia filosófica del asesor, esta indagación filosófica, hace que el consultante adquiera niveles más amplios de conciencia, tanto de sí mismo como del mundo que le rodea y de la realidad.

Desde mi punto de vista, estas actitudes son fundamentales; el énfasis en las distintas metodologías, sin la presencia de aquéllas, convierten el proceso filosófico en la aplicación artificial y fría del seguimiento de los pasos de distintas técnicas sin ofrecer un suelo seguro desde que el consultante pueda realizar un trabajo de autoexploración y autoconocimiento, que, casi de forma necesaria, le llevará a transitar vericuetos de su existencia que, en ocasiones, serán difíciles de recorrer.

Una pregunta que deberíamos hacernos cuando nos disponemos a acompañar y facilitar un proceso de indagación filosófica es si nos sentimos interesados realmente por el conocimiento del consultante –o, lo que es lo mismo, por el conocimiento de la naturaleza humana-. Sólo un interés genuino y la asunción del riesgo que implica estar en contacto con el otro, es decir, con lo otro de mí, estimularán la inmersión en una experiencia única que invita a la transformación.  Dejar de ser lo que hemos sido, dejar de pensar como lo  hemos hecho hasta ahora, poner a prueba las creencias que sustentan el discurrir de nuestras vidas, produce, a veces, la sensación de asomarse a un vacío que asusta, y que sólo la confianza y el respeto  sentidos hacia el filósofo que nos acompaña, animarán a recorrer. La calidad del contacto y la autenticidad del encuentro dependen de una actitud y un interés genuino por el despertar de la conciencia de la persona que acude a nosotros. Se trata de facilitar que el consultante pueda explorar y descubrir cosas, sobre sí mismos y sus relaciones con el mundo, que no ha podido ver hasta este momento.

La posición del que no sabe como condición de posibilidad de acceder a la verdadera comprensión

Me parece oportuno tomar la figura de Sócrates, aquel a quien se conoce por su célebre frase Solo sé que no sé nada, como referente para ejemplificar la actitud que me parece más adecuada cuando un filósofo se dispone a acompañar el proceso de revisión o descubrimiento de la filosofía personal del consultante. La posición del que no sabe nada implica, a la vez, una actitud de curiosidad genuina y un desprendimiento de los prejuicios –teóricos, morales, etc.-que puedan encasillar o delimitar la comprensión del mundo y de la experiencia del consultante.

Hay obstáculos que impiden, dificultan y distorsionan la comprensión por parte del filósofo de la naturaleza  de la experiencia particular de cada consultante. Las presuposiciones, las interpretaciones, las identificaciones, obstaculizan el proceso de convertirnos en espejo trasparente, en un reflejo directo en el que el otro pueda sentirse reconocido y sobre cuya imagen pueda realizar las matizaciones o correcciones que quiera o necesite hacer.

La naturaleza humana nunca puede ser comprendida del todo y los que sentimos fascinación y pasión por el conocimiento de lo que hay, de lo real, sentimos, a la vez, pasión por el conocimiento propio y de la naturaleza humana. Un desaprovisionamiento, un dejar a un lado, al menos durante el tiempo del encuentro filosófico, todo el bagaje de conocimientos y de teorías explicativas, posibilita que en el encuentro filosófico pueda revelarse aquello que permanecía oculto a la conciencia del consultante  para que, a partir de ese momento, pase a formar parte de una identidad más integrada y amplia.

Este proceso de ampliación y de integración, tiene un correlato inmediato en la conducta; la mirada, las creencias, los supuestos filosóficos implícitos en el modo de afrontar nuestras vidas, tienen un efecto directo e inmediato en nuestra acción y en nuestras emociónes[1], por lo que, en la medida en que los cercos a través de los que dirigimos nuestra mirada se vayan ampliando, esto se va a traducir, de forma necesaria, en comportamientos menos escindidos, más libres y auténticos y mucho más espontáneos y creativos.




[1] Spinoza lo expresa de un modo contundentemente lúcido en la Proposición I de la Parte Tercera de la Ética “Del origen y naturaleza de los afectos”: Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto que tiene ideas adecuadas, entonces obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras. (Alianza Editorial, 2007; pag. 194)

Bibliografía:

Rogers, Carl R., El proceso de convertirse en persona, Ed. Paidós Mejicana, 1997
Rogers, Carl R., Terapia, personalidad y relaciones humanas, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires 1985
Rogers, Carl, El camino del ser, Ed.Kairós (Troqvel), 1989
Erskine, Richard G; Moursund, Janet P.; Trautman, Rebecca L, Más allá de la empatía: Una terapia de contacto-en-la-Relación, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao 2012
Giordani, Bruno, La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao, 1997
Kennedy, Eugene y Charles, Sara C., Convertirse en Counselor.

Gracias siempre por estar ahí,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es

miércoles, 7 de enero de 2015

Comprender es un riesgo: podría modificarme

Queridos participantes y seguidores de este blog. Os saludo afectuosamente a todos en este año 2015 recién estrenado.

Antes de comenzar a escribir esta nueva entrada, me preguntaba qué reflexión o qué aportación quería compartir hoy con vosotros. Escuchándome llegué a la conclusión de que hoy quiero hablaros de la escucha. La actitud de escucha activa y comprometida es fundamental para cualquiera que trabaje en una profesión de ayuda pero nos incumbe a todos cultivar esta actitud si nos interesa de verdad el otro, si nos incumbe el conocimiento de la naturaleza humana, si gozamos de un encuentro íntimo con otra persona.

La verdadera escucha no es fácil de lograr. Estamos tan acostumbrados al discurso autorreferencial y a interpretar lo que dicen los demás desde nuestro punto de vista, que en lugar de centrar nuestra atención en intentar comprender cuál es el sentido exacto de lo que el otro nos quiere comunicar, la mayoría de las ocasiones  buscamos en nuestra experiencia vivencias que se asemejen a lo que alguien nos está relatando; o, si no, comenzamos a preparar una respuesta (de consejo, tranquilizadora, paternalista, etc.) mucho antes de terminar de escuchar lo que nos están transmitiendo.

La verdadera escucha exige el paso previo de dejar de lado mi mundo –al menos, durante el tiempo que me pongo a disposición del otro-. Os propongo un pequeño ejercicio tomado de la práctica del Focusing que consiste en Despejar un espacio, por si alguno quiere practicarlo antes de disponerse a escuchar a alguien con interés. Despejar un espacio, significa que de modo relajado y tranquilo me tomo unos  minutos para revisar (preferiblemente con los ojos cerrados y después de haber hecho un pequeño ejercicio de relajación) todo el arsenal de preocupaciones, ocupaciones, urgencias, temas pendientes, cosas que me preocupan, etc., y olvidarlas por un rato: las saco de mi mente y las dejo a un lado con la finalidad de poder estar plenamente presente y a disposición de la persona a la que me dispongo a escuchar. Puedo, si me ayuda, visualizar una estantería, unos cestos, o algún lugar imaginario en el que vamos depositando cada una de las cuestiones que acceden a nuestra conciencia (por ejemplo, la preocupación por mi madre enferma, por los suspensos de mi hijo, por las cosas que aún me faltan por hacer: llevar el coche al taller, ir a la compra, etc. etc.). Cuando nos encontramos con la apertura suficiente para recibir y escuchar al otro con atención plena, con el grado de interés y respeto que merece su historia, escuchamos.

Olvidamos que las experiencias personales y su sentido son únicos para cada uno de nosotros. Las características fisiológicas y las condiciones biográficas, familiares, socio-culturales, etc. condicionan nuestro desarrollo y la forma en la que vivenciamos y significamos nuestras experiencias o los hechos más relevantes de nuestra historia personal. Es muy común, cuando intentamos escuchar a otra persona, buscar semejanzas entre las vivencias que nos está comunicando alguien y algunas de nuestras experiencias con las que creemos guardan relación; sin embargo, es una práctica que fácilmente nos aleja de la auténtica comprensión del mundo de referencia interno del otro, es decir, de su mundo particular de significaciones (qué le llevó hasta ahí, qué sentimientos le producen ahora todo lo que le está pasando, qué sentido le da a esa experiencia, qué creencias sostienen las emociones que siente, en qué cambia su vida lo que le está aconteciendo...).

Nos proponemos, por tanto, cuando escuchamos a otra persona, no buscar semejanzas entre lo que nos cuenta y nuestras propias experiencias. Si nos viene a la mente una situación similar vivida por nosotros no hacemos de ella el centro de atención, sino que seguimos escuchando y chequeando de forma continua si lo que creemos comprender acerca de su experiencia es tal y como él o ella lo vive realmente y vamos matizando aquellos aspectos que no habíamos comprendido plenamente en un afán por ser lo más empáticos que podamos ser, en un afán por adentrarnos en el mundo interno del otro tal y como él lo vive y lo experimenta: "nos ponemos sus zapatos y caminamos con ellos". 

Cuando una persona se siente verdaderamente escuchada es capaz de autodirigirse hacia estados de mayor comprensión de sí misma, hacia niveles de conciencia más amplios sobre aquello que le acontece; y cuando esto nos ocurre algo se libera dentro de nosotros.

Nos preguntamos:

¿Cuándo escucho a alguien, me intereso realmente por lo que me está confiando?
Si alguien precisa que le escuchemos ¿Quién acaba siendo el protagonista de mi encuentro con el otro? ¿Termino siendo yo el que habla de  mí y  finalmente no permito que el otro dé cuenta de lo que le pasa?


Si mis relaciones son superficiales y no me satisfacen, me pregunto por qué es así:
¿Soy honesto y me muestro de forma genuina cuando me comunico con los demás?
¿Soy capaz de escuchar con interés?
Si alguien me cuenta algo personal ¿Hago con demasiada frecuencia autorreferencias a mi experiencia o mis conocimientos personales y acabo hablando yo más que él/ella?

Mientras alguien está contándome algo ¿le juzgo por sus conductas o tengo la actitud de comprender qué le ha llevado a comportarse así?
Si la otra persona se siente triste, ¿permito que exprese su tristeza o intento que se olvide o se evada haciéndole algún ofrecimiento de distracción?
Si el otro tiene sentimientos que juzgamos "negativos" o "equivocados" ¿le decimos que "no debe" sentirse así? Es decir, ¿invalidamos su experiencia en lugar de intentar comprenderla?
Si la persona que nos habla tiene una relación significativa con nosotros y me cuenta algo que me atañe de forma directa o amenaza mi estabilidad de algún modo ¿me dejo llevar por el temor ante lo que me cuenta y respondo desde el miedo dejándome arrastrar por la emoción sin antes escuchar o intentar comprender? 


Comparto un fragmento de una novela de Michel Ende:

"¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No: Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? O ¿es que -ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, algún lector: cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo y le resultaba claro, de modo misterioso, mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso era importante a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!"


Os animo a que esta semana practiquéis la escucha y también a que me contéis cómo os ha ido.

Gracias por estar ahí,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es