jueves, 27 de agosto de 2015

Enfocando filosóficamente nuestras dificultades

La naturaleza filosófica de nuestros problemas y conflictos cotidianos


Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto que tiene ideas adecuadas, entonces obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras. De aquí se sigue que el alma está sujeta a tantas más pasiones cuantas más ideas inadecuadas tiene, y, por el contrario, obra tantas más cosas cuantas más ideas adecuadas tiene.(Spinoza)

            Spinoza no es el único filósofo que vio con claridad y habló sobre la relación entre nuestras ideas, nuestras pasiones y nuestras acciones (una intuición que ya desde antiguo tenían muy clara filósofos como Epicuro o Epicteto, entre otros), pero es uno de los filósofos que con mayor lucidez escribe sobre los afectos y las pasiones humanas.

Aunque algunas personas somos más proclives a cuestionarnos, a hacernos preguntas e intentar buscar respuestas genuinas, en el caso de los más vamos sobreviviendo y enfrentando los retos de nuestro día a día en “modo automático. Así, de forma mecánica, reaccionamos con enfado si nos dicen algo desagradable, respondemos con una sonrisa si nos sentimos halagados, respondemos con irritación a las mismas cosas que siempre nos han enojado, reaccionamos de la misma manera a determinados comportamientos de los otros, etc.  A fuerza de repetir y repetir, nuestros comportamientos se convierten en absolutamente predecibles, de tal modo que los que nos conocen bien saben perfectamente cuales son las cosas que “nos hacen saltar”, “nos sacan de quicio” o “no podemos soportar”.

Aunque las emociones que nos generan algunas situaciones cotidianas nos causan malestar, insatisfacción o sufrimiento en distintos grados, cuando se trata de cuestiones antiguas o muy estructurales nos sentimos impotentes para combatirlas o erradicarlas. En ocasiones, intentamos reprimir nuestra reacción (de ira, por ejemplo), algo que no hace sino acumular la energía que no ha sido liberada en ese momento para brotar con más fuerza cuando menos lo esperemos.

Pero… Y la filosofía, ¿qué tiene que ver con todo esto?
Si Spinoza está en lo cierto cuando dice que nuestras acciones y pasiones tienen que ver con la “adecuación” o “inadecuación” de nuestras ideas o creencias, la filosofía está ante un reto  al que puede contribuir de forma muy activa en la vida de los hombres: el de promover que las personas  tomemos conciencia del sistema de creencias que conforman nuestra cosmovisión y nuestro estilo de vida y, eventualmente, facilitar, mediante un proceso filosófico, su transformación por otras creencias menos limitadas.

El potencial transformador de la filosofía está haciendo que las personas, cada vez más confíen y acudan a la consulta de un filósofo profesional.  A primera vista no es fácil darse cuenta de cómo una situación cotidiana se relaciona con cuestiones de orden filosófico. Sin embargo, la radicalidad con la que la filosofía afronta cualquier cuestionamiento, hará posible que, a partir de la problemática que lleva a una persona a la consulta, el consultante vaya profundizando en las capas que envuelven su conflicto, de modo que pueda ir vislumbrando por sí mismo la limitación de las ideas que estaban detrás de  la situación que le trae a la consulta filosófica.

Pero nada como un ejemplo:
Ninguno de nosotros ha tenido la madre o el padre perfecto, así que es muy probable que tengamos situaciones no resueltas o sentimientos encontrados acerca de ellos que están condicionando algunas de nuestras conductas, motivaciones, aversiones, etc. Si he tenido una madre o un padre muy poco amorosa/o, por ejemplo, puedo albergar resentimiento hacia ella/él. Ese resentimiento puede estar sostenido por creencias –conscientes o inconscientes- del siguiente tipo:
“No debió comportarse así”, “Pudo haberse comportado de otro modo”, “Es culpable de haber actuado como actuó”, “Me hizo daño y no puedo perdonarle”,   etc. 

Si el filósofo asesor promueve una reflexión filosófica acerca, por ejemplo, de la creencia:
“Pudo haberse comportado de otro modo”,  podría entablar un diálogo mayéutico  a fin de que el  consultante reflexione sobre la veracidad o limitación de esta afirmación. Y veremos que, en última instancia, lo que se está jugando en esta creencia son cuestiones de calado filosófico:

En la afirmación “Pudo haberse comportado de otro modo” está en juego la opinión o la creencia sobre si cuando actuamos lo hacemos libremente o estamos determinados por los condicionamientos de todos los órdenes que están implicados en el momento que actuamos. Podríamos cuestionar, entonces, las creencias del consultante sobre el libre albedrío o el determinismo, por ejemplo, o bien sobre la culpabilidad,  e iniciar un diálogo socrático para poner a prueba la limitación de las creencias que albergamos a propósito del asunto que está en cuestión.

Spinoza dice que Los hombres creen ser libres sólo a causa de que son conscientes de sus acciones, e ignorantes de las causas que las determinan Pero ¿Y el consultante? Podríamos preguntarle qué opinión le merece este pensamiento, por ejemplo.

Finalmente, el consultante podría, eventualmente, transformar la creencia puesta en cuestión por otra, como “Se comportó determinado/a por todo aquello por lo que estaba condicionado/a en aquél momento”. En caso de que así fuera, se produciría de forma concomitante una transformación en el sentimiento hacia su madre/padre derivada de su nueva comprensión.

 Lo más importante es que las comprensiones de los consultantes sean autógenas, de modo que el papel del filósofo/a es, en cada caso, el de facilitar que la persona que acude a él/ella vaya revisando su filosofía de vida y vislumbrando por sí misma comprensiones más amplias sobre sí, sobre sus relaciones con los demás y, en último término sobre la vida y la realidad.

Esto quiere decir que los conflictos de la vida cotidiana son puertas abiertas al autoconocimiento y que los conflictos personales e interpersonales  apelan siempre en última instancia a las cuestiones  más radicales. Podemos hacer como si pudiéramos vivir sin preguntarnos o intentar responder las cuestiones más decisivas de nuestra vida, pero ¿Es posible esto en realidad? Desde mi punto de vista no.  Nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestro modo de relacionarnos con nosotros mismos, con los otros y con la realidad siempre alberga de modo implícito –seamos conscientes de ello o no- nuestra filosofía de vida, es decir, afirmaciones, creencias y posicionamientos ante todas aquellas cuestiones radicales implicadas en asuntos con los que lidiamos día a día.

Cuando a alguien se le hace patente la limitación de las creencias que ha ido configurando y sosteniendo, se van cayendo los velos que ocultan nuevos insights transformadores. En definitiva, se trata de un modo de enfocar los problemas cotidianos de forma diferente: filosófica. Esto no niega las implicaciones psicológicas de los conflictos. Simplemente se trata de abordarlos desde una mirada distinta  que promueva la toma de conciencia genuina del consultante de aquello que le resta energía, espontaneidad, libertad y creatividad en su vida. Se trata de ver y erradicar todos los escombros que impiden que el flujo genuino de nuestra energía vital  nos permita responder ante las mismas cosas de un modo novedoso y espontáneo. 

Si, como dice Spinoza,  las ideas adecuadas obran en nosotros de forma necesaria determinadas acciones, es de esperar que la revisión del sistema de creencias que conforma nuestra filosofía de vida, resulte finalmente en nuevas ideas que, como mínimo, tendrán un contenido de autenticidad y de comprensión mayor, algo que, sin duda, tendrá un correlato directo en las decisiones y las actitudes ante los  acontecimientos de nuestra vida.

Hasta pronto,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es

lunes, 3 de agosto de 2015

¿Te has sentido escuchada/o alguna vez?


Carl Rogers (psicoterapeuta) investigó a fondo durante décadas las condiciones facilitadoras del desarrollo psicológico y llegó, entre otras, a la conclusión de que cuando una persona tiene la experiencia de ser escuchada realmente por otra,  poco a poco se vuelve más capaz de escucharse a sí misma. 

Cuando nos sentimos escuchados, nos volvemos más abiertos y perceptivos: comenzamos a advertir señales de nuestro mundo interior que antes no percibíamos; somos capaces de sentir emociones negadas o rechazadas hasta ese momento; y podemos reconocer cuándo estamos enojados, cuándo tenemos miedo o cuándo nos sentimos con coraje o fuerza para acometer alguna acción que deseamos llevar adelante. Es decir, cuando nos sentimos seguros y escuchados, somos capaces de no negarnos aquello que estamos experimentando en cada momento, lo que nos permite mostrarnos y relacionarnos sin ambigüedad y sin máscaras.

Pocas veces tenemos la oportunidad de ser escuchados por alguien, sin sentirnos juzgados, sin ser aconsejados, sin que la otra persona acabe contándonos su visión, su experiencia, su interpretación, etc.  Hemos perdido la capacidad de la verdadera escucha y con ella la capacidad de expresar comprensión y empatía hacia otros. Vamos perdiendo la apertura necesaria para escuchar y acoger al otro en su diferencia. La experiencia de un otro, su cosmovisión, su modo de interpretar los hechos, su bagaje personal SIEMPRE tiene matices propios.  Pero hay que tener una disposición especial para poder captarlos con sensibilidad, comprenderlos y aceptarlos.

Nuestros encuentros con otros cada vez son más apresurados y superficiales. Nuestro tiempo para que un verdadero encuentro con otro tenga lugar, cada vez es más limitado. No podemos permitírnoslo; estamos llenos de actividades: el trabajo, el deporte, las compras, las obligaciones, los viajes... Y cuando estamos tranquilos nos llenamos de estímulos que nos impidan ponernos en contacto con nuestro mundo interior: la tele, el móvil, el ordenador... 

Poco a poco vamos olvidando lo estimulante que es poder disfrutar de un encuentro íntimo en el que podamos expresarnos y manifestarnos con espontaneidad y sin máscaras. Pero ese olvido tiene un coste: nos perdemos la posibilidad de descubrir nuevas cosas acerca de nosotros mismos y de crecer.

Rogers constató que cuando una persona se siente escuchada y aceptada, comienza a tomar conciencia de sentimientos que antes le habían parecido terribles, caóticos, anormales o vergonzosos, cuya existencia nunca había osado reconocer. Normalmente permanecemos escindidos, disociados y desintegrados, teniendo que mantener  a raya todo aquello que, aun perteceneciendo a nuestro mundo, no nos atrevemos a mirar, escuchar y expresar. 

Cuando somos capaces de abrirnos a aquello que acontece en nuestro interior, sea lo que sea, sin negarlo, distorsionarlo o rechazarlo, nos volvemos más auténticos, comenzamos a aceptarnos tal y como somos y nos damos la oportunidad de poder modificar aquellas cosas que deseamos cambiar.

Ser escuchados hace que abandonemos nuestra rigidez, nuestras defensas, aquello que nos aleja de nuestra verdadera experiencia. Cuando nos sentimos escuchados nos volvemos menos enajenados de nuestros sentimientos, comenzamos a valorar las cosas, los hechos y el mundo según nuestro criterio y podemos abandonar los moldes rígidos que nos acompañan.

La experiencia de escuchar y ser escuchado es una experiencia que enriquece, que facilita el crecimiento y los encuentros auténticos. Os animo a cultivar esta capacidad (tan aparentemente fácil como inusual) durante la semana.

Hasta pronto,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es


Bibliografía: Rogers, Carl R., El proceso de convertirse en persona