La naturaleza
filosófica de nuestros problemas y conflictos cotidianos
Nuestra
alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto que
tiene ideas adecuadas, entonces obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto
que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras. De
aquí se sigue que el alma está sujeta a tantas más pasiones cuantas más ideas
inadecuadas tiene, y, por el contrario, obra tantas más cosas cuantas más ideas
adecuadas tiene.(Spinoza)
Spinoza no es el
único filósofo que vio con claridad y habló sobre la relación entre nuestras
ideas, nuestras pasiones y nuestras acciones (una intuición que ya desde
antiguo tenían muy clara filósofos como Epicuro o Epicteto, entre otros), pero
es uno de los filósofos que con mayor lucidez escribe sobre los afectos y las
pasiones humanas.
Aunque algunas
personas somos más proclives a cuestionarnos, a hacernos preguntas e intentar buscar
respuestas genuinas, en el caso de los más vamos
sobreviviendo y enfrentando los retos de nuestro día a día en “modo automático”. Así, de forma
mecánica, reaccionamos con enfado si nos dicen algo desagradable, respondemos
con una sonrisa si nos sentimos halagados, respondemos con irritación a las
mismas cosas que siempre nos han enojado, reaccionamos de la misma manera a
determinados comportamientos de los otros, etc.
A fuerza de repetir y repetir,
nuestros comportamientos se convierten en absolutamente predecibles, de tal
modo que los que nos conocen bien saben perfectamente cuales son las cosas que
“nos hacen saltar”, “nos sacan de quicio” o “no podemos soportar”.
Aunque las
emociones que nos generan algunas situaciones cotidianas nos causan malestar,
insatisfacción o sufrimiento en distintos grados, cuando se trata de cuestiones
antiguas o muy estructurales nos sentimos impotentes para combatirlas o
erradicarlas. En ocasiones, intentamos reprimir nuestra reacción (de ira, por
ejemplo), algo que no hace sino acumular la energía que no ha sido liberada en
ese momento para brotar con más fuerza cuando menos lo esperemos.
Pero… Y la filosofía, ¿qué tiene que ver
con todo esto?
Si Spinoza
está en lo cierto cuando dice que nuestras acciones y pasiones tienen que ver
con la “adecuación” o “inadecuación” de nuestras ideas o creencias, la filosofía está ante un reto al que puede contribuir de forma muy activa
en la vida de los hombres: el de promover que las personas tomemos conciencia del sistema de creencias
que conforman nuestra cosmovisión y nuestro estilo de vida y, eventualmente,
facilitar, mediante un proceso filosófico, su transformación por otras creencias
menos limitadas.
El potencial
transformador de la filosofía está haciendo que las personas, cada vez más
confíen y acudan a la consulta de un filósofo profesional. A primera vista no es fácil darse cuenta de
cómo una situación cotidiana se relaciona con cuestiones de orden filosófico.
Sin embargo, la radicalidad con la que
la filosofía afronta cualquier cuestionamiento, hará posible que, a partir de
la problemática que lleva a una persona a la consulta, el consultante vaya
profundizando en las capas que envuelven su conflicto, de modo que pueda ir
vislumbrando por sí mismo la limitación de las ideas que estaban detrás de la situación que le trae a la consulta
filosófica.
Pero nada como
un ejemplo:
Ninguno de
nosotros ha tenido la madre o el padre perfecto, así que es muy probable que
tengamos situaciones no resueltas o sentimientos encontrados acerca de ellos
que están condicionando algunas de nuestras conductas, motivaciones,
aversiones, etc. Si he tenido una madre o un padre muy poco amorosa/o, por
ejemplo, puedo albergar resentimiento hacia ella/él. Ese resentimiento puede
estar sostenido por creencias –conscientes o inconscientes- del siguiente tipo:
“No debió
comportarse así”, “Pudo haberse comportado de otro modo”, “Es culpable de haber
actuado como actuó”, “Me hizo daño y no puedo perdonarle”, etc.
Si el filósofo
asesor promueve una reflexión filosófica acerca, por ejemplo, de la creencia:
“Pudo
haberse comportado de otro modo”,
podría entablar un diálogo mayéutico
a fin de que el consultante
reflexione sobre la veracidad o limitación de esta afirmación. Y veremos que, en última instancia, lo que se está jugando
en esta creencia son cuestiones de calado filosófico:
En la
afirmación “Pudo haberse comportado de
otro modo” está en juego la opinión o la creencia sobre si cuando actuamos
lo hacemos libremente o estamos determinados por los condicionamientos de todos
los órdenes que están implicados en el momento que actuamos. Podríamos
cuestionar, entonces, las creencias del consultante sobre el libre albedrío o
el determinismo, por ejemplo, o bien sobre la culpabilidad, e iniciar un diálogo socrático para poner a
prueba la limitación de las creencias que albergamos a propósito del asunto que
está en cuestión.
Spinoza
dice que Los hombres creen ser libres sólo a causa de que son conscientes de sus
acciones, e ignorantes de las causas que las determinan… Pero ¿Y el consultante? Podríamos preguntarle
qué opinión le merece este pensamiento, por ejemplo.
Finalmente, el
consultante podría, eventualmente, transformar la creencia puesta en cuestión
por otra, como “Se comportó determinado/a por todo aquello por lo que
estaba condicionado/a en aquél momento”. En caso de que así fuera, se
produciría de forma concomitante una transformación en el sentimiento hacia su
madre/padre derivada de su nueva comprensión.
Lo más
importante es que las comprensiones de los consultantes sean autógenas, de modo
que el papel del filósofo/a es, en cada caso, el de facilitar que la persona
que acude a él/ella vaya revisando su filosofía de vida y vislumbrando por sí
misma comprensiones más amplias sobre sí, sobre sus relaciones con los demás y,
en último término sobre la vida y la realidad.
Esto quiere decir que los conflictos de la
vida cotidiana son puertas abiertas al autoconocimiento y que los conflictos
personales e interpersonales apelan
siempre en última instancia a las cuestiones
más radicales. Podemos hacer
como si pudiéramos vivir sin preguntarnos o intentar responder las cuestiones
más decisivas de nuestra vida, pero ¿Es posible esto en realidad? Desde mi
punto de vista no. Nuestras acciones, nuestras decisiones, nuestro modo de relacionarnos
con nosotros mismos, con los otros y con la realidad siempre alberga de modo
implícito –seamos conscientes de ello o no- nuestra filosofía de vida, es
decir, afirmaciones, creencias y posicionamientos ante todas aquellas cuestiones
radicales implicadas en asuntos con los que lidiamos día a día.
Cuando a
alguien se le hace patente la limitación de las creencias que ha ido
configurando y sosteniendo, se van cayendo los velos que ocultan nuevos insights
transformadores. En definitiva, se trata
de un modo de enfocar los problemas cotidianos de forma diferente: filosófica.
Esto no niega las implicaciones psicológicas de los conflictos. Simplemente se trata de abordarlos desde una mirada distinta
que promueva la toma de conciencia
genuina del consultante de aquello que le resta energía, espontaneidad,
libertad y creatividad en su vida. Se trata de ver y erradicar todos los
escombros que impiden que el flujo genuino de nuestra energía vital nos permita responder ante las mismas cosas de
un modo novedoso y espontáneo.
Si, como dice
Spinoza, las ideas adecuadas obran en
nosotros de forma necesaria determinadas acciones, es de esperar que la
revisión del sistema de creencias que conforma nuestra filosofía de vida, resulte
finalmente en nuevas ideas que, como mínimo, tendrán un contenido de autenticidad y de comprensión mayor, algo que, sin duda, tendrá un correlato directo en
las decisiones y las actitudes ante los
acontecimientos de nuestra vida.
Hasta pronto,
carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es