miércoles, 14 de enero de 2015

Las actitudes del filósofo asesor

Buenos días queridos amigos:

Hoy quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la práctica del Asesoramiento filosófico. 

Sostengo la importancia de que la práctica filosófica, sea realizada desde el enfoque y la metodología que cada profesional decida seguir, se lleve a cabo en un ámbito de confianza, comprensión, respeto y aceptación. Carl Rogers hizo una gran aportación respecto al estudio y esclarecimiento de las actitudes necesarias  que la persona que facilita cualquier relación de ayuda debe desarrollar y poner en juego en la relación de la consulta, a fin de facilitar que se produzca en los consultantes una  apertura progresiva  hacia la integración de la totalidad de su experiencia. Sirviéndome de algunas de sus reflexiones y aportaciones, me propongo compartirlas con todos los que estéis motivados o interesados en el ejercicio de la práctica filosófica.

La primera fase de un proceso de asesoramiento filosófico, tal y como yo lo entiendo, tiene que ver con explorar el mundo del consultante, es decir, con la comprensión de las significaciones que ha ido otorgando a sus experiencias vitales, la comprensión de las motivaciones que le han llevado a dirigir su vida en determinadas direcciones, el entendimiento del porqué de las metas que ha perseguido y persigue en el momento presente, etc. En otras palabras, la primera fase de la consulta es una tarea indagatoria dirigida a explorar la filosofía de vida del consultante; se trata de un proceso de clarificación gradual que trata de sacar a la luz las creencias implícitas que sostienen su modo de vivir y las emociones que tiñen su existencia.

En esta fase es indispensable que el interés del counselor o del filósofo asesor  se centre en comprender el mundo del consultante, tal y como él lo entiende y lo vivencia, en aras a comenzar  un proceso elucidatorio en el que una amplitud gradual de conciencia permita que el propio consultante se pregunte sobre la veracidad o distorsión de las creencias que conducen sus acciones y que están dando lugar a sus estados de ánimo y a sus emociones. Esa ampliación e integración gradual de la experiencia en la totalidad de su conciencia conduce al acceso a nuevos niveles de comprensión que permiten que el consultante se deshaga de creencias que limitan, tanto la forma de concebirse y comprenderse, como su modo de concebir y enfrentar la realidad. Este   trabajo y ejercicio constantes, favorece que la mirada del consutante se disloque, es decir, que se desplace del lugar desde el que veía las cosas hasta ahora para que las fronteras de limitaban su visión se amplíen.

Es importante poner énfasis en el hecho de que la indagación filosófica se desmarca de la categorización diagnóstica utilizada en el ámbito de la psicología clínica tradicional. La indagación filosófica se centra en el proceso autoexploratorio de la filosofía del  consultante y en las comprensiones a las que él mismo pueda ir teniendo acceso a partir de un diálogo mantenido entre el filósofo y el consultante, basado en el respeto y la confianza. En este sentido, deseo señalar el hecho de que la sensibilidad y competencia con las que se hacen las intervenciones del asesor serán de crucial importancia, tanto en las fases iniciales de la consulta filosófica, como en las futuras etapas del desenvolvimiento del proceso para el crecimiento de la relación que se va a forjar entre el consultante y el filósofo asesor.

En el procedimiento indagatorio, las preguntas del filósofo son, en un primer momento, preguntas, destinadas a esclarecer y comprender desde qué lugares ha tomado y toma las decisiones de su vida (qué creencias están en juego, qué experiencias pasadas -y qué interpretación de ellas en la actualidad- determinan sus decisiones  o sus conductas, cuáles son los conflictos que más le perturban o se repiten más en su vida, qué sentimientos guían su acción, etc.). Estas preguntas, son preguntas que, a la par que esclarecen,  invitan al consultante a buscar nuevas respuestas, a pensar de modos distintos y a explorar nuevos niveles de conciencia.

El consultante siempre es el protagonista del proceso de indagación y, cuando se realiza de un modo en el que están presentes, el respeto, la comprensión, la aceptación profunda y genuina de la experiencia del consultante y la propia madurez y coherencia filosófica del asesor, esta indagación filosófica, hace que el consultante adquiera niveles más amplios de conciencia, tanto de sí mismo como del mundo que le rodea y de la realidad.

Desde mi punto de vista, estas actitudes son fundamentales; el énfasis en las distintas metodologías, sin la presencia de aquéllas, convierten el proceso filosófico en la aplicación artificial y fría del seguimiento de los pasos de distintas técnicas sin ofrecer un suelo seguro desde que el consultante pueda realizar un trabajo de autoexploración y autoconocimiento, que, casi de forma necesaria, le llevará a transitar vericuetos de su existencia que, en ocasiones, serán difíciles de recorrer.

Una pregunta que deberíamos hacernos cuando nos disponemos a acompañar y facilitar un proceso de indagación filosófica es si nos sentimos interesados realmente por el conocimiento del consultante –o, lo que es lo mismo, por el conocimiento de la naturaleza humana-. Sólo un interés genuino y la asunción del riesgo que implica estar en contacto con el otro, es decir, con lo otro de mí, estimularán la inmersión en una experiencia única que invita a la transformación.  Dejar de ser lo que hemos sido, dejar de pensar como lo  hemos hecho hasta ahora, poner a prueba las creencias que sustentan el discurrir de nuestras vidas, produce, a veces, la sensación de asomarse a un vacío que asusta, y que sólo la confianza y el respeto  sentidos hacia el filósofo que nos acompaña, animarán a recorrer. La calidad del contacto y la autenticidad del encuentro dependen de una actitud y un interés genuino por el despertar de la conciencia de la persona que acude a nosotros. Se trata de facilitar que el consultante pueda explorar y descubrir cosas, sobre sí mismos y sus relaciones con el mundo, que no ha podido ver hasta este momento.

La posición del que no sabe como condición de posibilidad de acceder a la verdadera comprensión

Me parece oportuno tomar la figura de Sócrates, aquel a quien se conoce por su célebre frase Solo sé que no sé nada, como referente para ejemplificar la actitud que me parece más adecuada cuando un filósofo se dispone a acompañar el proceso de revisión o descubrimiento de la filosofía personal del consultante. La posición del que no sabe nada implica, a la vez, una actitud de curiosidad genuina y un desprendimiento de los prejuicios –teóricos, morales, etc.-que puedan encasillar o delimitar la comprensión del mundo y de la experiencia del consultante.

Hay obstáculos que impiden, dificultan y distorsionan la comprensión por parte del filósofo de la naturaleza  de la experiencia particular de cada consultante. Las presuposiciones, las interpretaciones, las identificaciones, obstaculizan el proceso de convertirnos en espejo trasparente, en un reflejo directo en el que el otro pueda sentirse reconocido y sobre cuya imagen pueda realizar las matizaciones o correcciones que quiera o necesite hacer.

La naturaleza humana nunca puede ser comprendida del todo y los que sentimos fascinación y pasión por el conocimiento de lo que hay, de lo real, sentimos, a la vez, pasión por el conocimiento propio y de la naturaleza humana. Un desaprovisionamiento, un dejar a un lado, al menos durante el tiempo del encuentro filosófico, todo el bagaje de conocimientos y de teorías explicativas, posibilita que en el encuentro filosófico pueda revelarse aquello que permanecía oculto a la conciencia del consultante  para que, a partir de ese momento, pase a formar parte de una identidad más integrada y amplia.

Este proceso de ampliación y de integración, tiene un correlato inmediato en la conducta; la mirada, las creencias, los supuestos filosóficos implícitos en el modo de afrontar nuestras vidas, tienen un efecto directo e inmediato en nuestra acción y en nuestras emociónes[1], por lo que, en la medida en que los cercos a través de los que dirigimos nuestra mirada se vayan ampliando, esto se va a traducir, de forma necesaria, en comportamientos menos escindidos, más libres y auténticos y mucho más espontáneos y creativos.




[1] Spinoza lo expresa de un modo contundentemente lúcido en la Proposición I de la Parte Tercera de la Ética “Del origen y naturaleza de los afectos”: Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto que tiene ideas adecuadas, entonces obra necesariamente ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras. (Alianza Editorial, 2007; pag. 194)

Bibliografía:

Rogers, Carl R., El proceso de convertirse en persona, Ed. Paidós Mejicana, 1997
Rogers, Carl R., Terapia, personalidad y relaciones humanas, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires 1985
Rogers, Carl, El camino del ser, Ed.Kairós (Troqvel), 1989
Erskine, Richard G; Moursund, Janet P.; Trautman, Rebecca L, Más allá de la empatía: Una terapia de contacto-en-la-Relación, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao 2012
Giordani, Bruno, La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao, 1997
Kennedy, Eugene y Charles, Sara C., Convertirse en Counselor.

Gracias siempre por estar ahí,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es

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