Buenos días queridos amigos:
Hoy quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la práctica del Asesoramiento filosófico.
Sostengo
la importancia de que la práctica filosófica, sea realizada desde el enfoque y la metodología que cada profesional decida seguir, se lleve a cabo en un ámbito de confianza, comprensión, respeto y aceptación. Carl Rogers hizo una gran
aportación respecto al estudio y esclarecimiento de las actitudes necesarias que la persona que facilita cualquier relación de ayuda debe
desarrollar y poner en juego en la relación de la consulta, a fin de
facilitar que se produzca en los consultantes una apertura progresiva hacia la integración de la totalidad de su
experiencia. Sirviéndome de algunas de sus reflexiones y aportaciones, me propongo compartirlas con todos los que estéis motivados o interesados en el ejercicio de la práctica filosófica.
La
primera fase de un proceso de asesoramiento filosófico, tal y como yo lo entiendo, tiene que ver con
explorar el mundo del consultante, es decir, con la comprensión de las
significaciones que ha ido otorgando a sus experiencias vitales, la comprensión
de las motivaciones que le han llevado a dirigir su vida en determinadas
direcciones, el entendimiento del porqué de las metas que ha perseguido y
persigue en el momento presente, etc. En otras palabras, la primera fase de la
consulta es una tarea indagatoria
dirigida a explorar la filosofía de vida del consultante; se trata de
un proceso de clarificación gradual que trata de sacar a la luz las creencias
implícitas que sostienen su modo de vivir y las emociones que tiñen su
existencia.
En esta fase es indispensable que el interés
del counselor o del filósofo asesor se centre en comprender el mundo del consultante, tal y como él lo entiende y lo vivencia, en
aras a comenzar un proceso elucidatorio
en el que una amplitud gradual de conciencia permita que el propio consultante
se pregunte sobre la veracidad o distorsión de las creencias que conducen sus
acciones y que están dando lugar a sus estados de ánimo y a sus emociones. Esa
ampliación e integración gradual de la experiencia en la totalidad de su
conciencia conduce al acceso a nuevos niveles de comprensión que permiten que
el consultante se deshaga de creencias que limitan, tanto la forma de concebirse
y comprenderse, como su modo de concebir y enfrentar la realidad. Este trabajo y ejercicio constantes, favorece que la
mirada del consutante se disloque, es decir, que se desplace del lugar desde el que veía las
cosas hasta ahora para que las fronteras de limitaban su visión se
amplíen.
Es
importante poner énfasis en el hecho de que la indagación filosófica se
desmarca de la categorización diagnóstica utilizada en el ámbito de la
psicología clínica tradicional. La indagación filosófica se centra en el
proceso autoexploratorio de la filosofía del consultante y en las comprensiones a las que
él mismo pueda ir teniendo acceso a partir de un diálogo mantenido entre el
filósofo y el consultante, basado en el respeto y la confianza. En este sentido,
deseo señalar el hecho de que la sensibilidad y competencia con las que se
hacen las intervenciones del asesor serán de crucial importancia, tanto en las
fases iniciales de la consulta filosófica, como en las futuras etapas del desenvolvimiento del
proceso para el crecimiento de la relación que se va a forjar entre el consultante
y el filósofo asesor.
En el procedimiento
indagatorio, las preguntas del filósofo son, en un primer momento, preguntas, destinadas a esclarecer y comprender desde qué
lugares ha tomado y toma las decisiones de su vida (qué creencias están en juego, qué experiencias pasadas -y qué interpretación de ellas en la actualidad- determinan sus decisiones o sus conductas, cuáles son los conflictos que más le perturban o se repiten más en su vida, qué
sentimientos guían su acción, etc.). Estas preguntas, son
preguntas que, a la par que esclarecen, invitan al consultante a buscar nuevas
respuestas, a pensar de modos distintos y a explorar nuevos niveles de
conciencia.
El
consultante siempre es el protagonista del proceso de indagación y, cuando se
realiza de un modo en el que están presentes, el respeto, la comprensión, la
aceptación profunda y genuina de la experiencia del consultante y la propia
madurez y coherencia filosófica del asesor, esta indagación filosófica, hace
que el consultante adquiera niveles más amplios de conciencia, tanto de sí
mismo como del mundo que le rodea y de la realidad.
Desde mi
punto de vista, estas actitudes son fundamentales; el énfasis en las distintas
metodologías, sin la presencia de aquéllas, convierten el proceso filosófico en
la aplicación artificial y fría del seguimiento de los pasos de distintas técnicas
sin ofrecer un suelo seguro desde que el consultante pueda realizar un trabajo
de autoexploración y autoconocimiento, que, casi de forma necesaria, le llevará
a transitar vericuetos de su existencia que, en ocasiones, serán difíciles de
recorrer.
Una
pregunta que deberíamos hacernos cuando nos disponemos a acompañar y facilitar
un proceso de indagación filosófica es si nos sentimos interesados realmente
por el conocimiento del consultante –o, lo que es lo mismo, por el conocimiento
de la naturaleza humana-. Sólo un interés genuino y la asunción del riesgo que
implica estar en contacto con el otro, es decir, con lo otro de mí, estimularán la inmersión en una experiencia única
que invita a la transformación. Dejar de
ser lo que hemos sido, dejar de pensar como lo
hemos hecho hasta ahora, poner a prueba las creencias que sustentan el
discurrir de nuestras vidas, produce, a veces, la sensación de asomarse a un
vacío que asusta, y que sólo la confianza y el respeto sentidos hacia el filósofo que nos acompaña,
animarán a recorrer. La calidad del contacto y la autenticidad del encuentro
dependen de una actitud y un interés genuino por el despertar de la conciencia
de la persona que acude a nosotros. Se trata de facilitar que el consultante
pueda explorar y descubrir cosas, sobre sí mismos y sus relaciones con el
mundo, que no ha podido ver hasta este momento.
La posición del que no sabe como condición
de posibilidad de acceder a la verdadera comprensión
Me
parece oportuno tomar la figura de Sócrates, aquel a quien se conoce por su
célebre frase Solo sé que no sé nada, como referente para ejemplificar la actitud
que me parece más adecuada cuando un filósofo se dispone a acompañar el proceso
de revisión o descubrimiento de la filosofía personal del consultante. La
posición del que no sabe nada implica, a la vez, una actitud de curiosidad
genuina y un desprendimiento de los prejuicios –teóricos, morales, etc.-que
puedan encasillar o delimitar la comprensión del mundo y de la experiencia del
consultante.
Hay
obstáculos que impiden, dificultan y distorsionan la comprensión por parte del
filósofo de la naturaleza de la
experiencia particular de cada consultante. Las presuposiciones, las
interpretaciones, las identificaciones, obstaculizan el proceso de convertirnos
en espejo trasparente, en un reflejo directo en el que el otro pueda sentirse
reconocido y sobre cuya imagen pueda realizar las matizaciones o correcciones
que quiera o necesite hacer.
La
naturaleza humana nunca puede ser comprendida del todo y los que sentimos
fascinación y pasión por el conocimiento de lo que hay, de lo real, sentimos, a
la vez, pasión por el conocimiento propio y de la naturaleza humana. Un
desaprovisionamiento, un dejar a un lado, al menos durante el tiempo del
encuentro filosófico, todo el bagaje de conocimientos y de teorías
explicativas, posibilita que en el encuentro filosófico pueda revelarse aquello
que permanecía oculto a la conciencia del consultante para que, a partir de ese momento, pase a
formar parte de una identidad más integrada y amplia.
Este
proceso de ampliación y de integración, tiene un correlato inmediato en la
conducta; la mirada, las creencias, los supuestos filosóficos implícitos en el
modo de afrontar nuestras vidas, tienen un efecto directo e inmediato en nuestra acción
y en nuestras emociónes[1],
por lo que, en la medida en que los cercos a través de los que dirigimos
nuestra mirada se vayan ampliando, esto se va a traducir, de forma necesaria,
en comportamientos menos escindidos, más libres y auténticos y mucho más espontáneos y creativos.
[1] Spinoza
lo expresa de un modo contundentemente lúcido en la Proposición I de la Parte
Tercera de la Ética “Del origen y naturaleza de los afectos”: Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece
ciertas otras; a saber: en cuanto que tiene ideas adecuadas, entonces obra
necesariamente ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces
padece necesariamente ciertas otras. (Alianza Editorial, 2007; pag. 194)
Bibliografía:
Rogers, Carl R., El proceso de convertirse en persona,
Ed. Paidós Mejicana, 1997
Rogers, Carl R., Terapia, personalidad y relaciones humanas,
Ed. Nueva Visión, Buenos Aires 1985
Rogers, Carl, El camino del ser, Ed.Kairós (Troqvel),
1989
Erskine, Richard G; Moursund,
Janet P.; Trautman, Rebecca L, Más allá
de la empatía: Una terapia de contacto-en-la-Relación, Ed.
Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao 2012
Giordani, Bruno, La relación de
ayuda: de Rogers a Carkhuff, Ed. Desclée de Brouwer (Serendipity), Bilbao, 1997
Kennedy, Eugene y Charles, Sara
C., Convertirse en Counselor.
Gracias siempre por estar ahí,
carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es
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