miércoles, 7 de enero de 2015

Comprender es un riesgo: podría modificarme

Queridos participantes y seguidores de este blog. Os saludo afectuosamente a todos en este año 2015 recién estrenado.

Antes de comenzar a escribir esta nueva entrada, me preguntaba qué reflexión o qué aportación quería compartir hoy con vosotros. Escuchándome llegué a la conclusión de que hoy quiero hablaros de la escucha. La actitud de escucha activa y comprometida es fundamental para cualquiera que trabaje en una profesión de ayuda pero nos incumbe a todos cultivar esta actitud si nos interesa de verdad el otro, si nos incumbe el conocimiento de la naturaleza humana, si gozamos de un encuentro íntimo con otra persona.

La verdadera escucha no es fácil de lograr. Estamos tan acostumbrados al discurso autorreferencial y a interpretar lo que dicen los demás desde nuestro punto de vista, que en lugar de centrar nuestra atención en intentar comprender cuál es el sentido exacto de lo que el otro nos quiere comunicar, la mayoría de las ocasiones  buscamos en nuestra experiencia vivencias que se asemejen a lo que alguien nos está relatando; o, si no, comenzamos a preparar una respuesta (de consejo, tranquilizadora, paternalista, etc.) mucho antes de terminar de escuchar lo que nos están transmitiendo.

La verdadera escucha exige el paso previo de dejar de lado mi mundo –al menos, durante el tiempo que me pongo a disposición del otro-. Os propongo un pequeño ejercicio tomado de la práctica del Focusing que consiste en Despejar un espacio, por si alguno quiere practicarlo antes de disponerse a escuchar a alguien con interés. Despejar un espacio, significa que de modo relajado y tranquilo me tomo unos  minutos para revisar (preferiblemente con los ojos cerrados y después de haber hecho un pequeño ejercicio de relajación) todo el arsenal de preocupaciones, ocupaciones, urgencias, temas pendientes, cosas que me preocupan, etc., y olvidarlas por un rato: las saco de mi mente y las dejo a un lado con la finalidad de poder estar plenamente presente y a disposición de la persona a la que me dispongo a escuchar. Puedo, si me ayuda, visualizar una estantería, unos cestos, o algún lugar imaginario en el que vamos depositando cada una de las cuestiones que acceden a nuestra conciencia (por ejemplo, la preocupación por mi madre enferma, por los suspensos de mi hijo, por las cosas que aún me faltan por hacer: llevar el coche al taller, ir a la compra, etc. etc.). Cuando nos encontramos con la apertura suficiente para recibir y escuchar al otro con atención plena, con el grado de interés y respeto que merece su historia, escuchamos.

Olvidamos que las experiencias personales y su sentido son únicos para cada uno de nosotros. Las características fisiológicas y las condiciones biográficas, familiares, socio-culturales, etc. condicionan nuestro desarrollo y la forma en la que vivenciamos y significamos nuestras experiencias o los hechos más relevantes de nuestra historia personal. Es muy común, cuando intentamos escuchar a otra persona, buscar semejanzas entre las vivencias que nos está comunicando alguien y algunas de nuestras experiencias con las que creemos guardan relación; sin embargo, es una práctica que fácilmente nos aleja de la auténtica comprensión del mundo de referencia interno del otro, es decir, de su mundo particular de significaciones (qué le llevó hasta ahí, qué sentimientos le producen ahora todo lo que le está pasando, qué sentido le da a esa experiencia, qué creencias sostienen las emociones que siente, en qué cambia su vida lo que le está aconteciendo...).

Nos proponemos, por tanto, cuando escuchamos a otra persona, no buscar semejanzas entre lo que nos cuenta y nuestras propias experiencias. Si nos viene a la mente una situación similar vivida por nosotros no hacemos de ella el centro de atención, sino que seguimos escuchando y chequeando de forma continua si lo que creemos comprender acerca de su experiencia es tal y como él o ella lo vive realmente y vamos matizando aquellos aspectos que no habíamos comprendido plenamente en un afán por ser lo más empáticos que podamos ser, en un afán por adentrarnos en el mundo interno del otro tal y como él lo vive y lo experimenta: "nos ponemos sus zapatos y caminamos con ellos". 

Cuando una persona se siente verdaderamente escuchada es capaz de autodirigirse hacia estados de mayor comprensión de sí misma, hacia niveles de conciencia más amplios sobre aquello que le acontece; y cuando esto nos ocurre algo se libera dentro de nosotros.

Nos preguntamos:

¿Cuándo escucho a alguien, me intereso realmente por lo que me está confiando?
Si alguien precisa que le escuchemos ¿Quién acaba siendo el protagonista de mi encuentro con el otro? ¿Termino siendo yo el que habla de  mí y  finalmente no permito que el otro dé cuenta de lo que le pasa?


Si mis relaciones son superficiales y no me satisfacen, me pregunto por qué es así:
¿Soy honesto y me muestro de forma genuina cuando me comunico con los demás?
¿Soy capaz de escuchar con interés?
Si alguien me cuenta algo personal ¿Hago con demasiada frecuencia autorreferencias a mi experiencia o mis conocimientos personales y acabo hablando yo más que él/ella?

Mientras alguien está contándome algo ¿le juzgo por sus conductas o tengo la actitud de comprender qué le ha llevado a comportarse así?
Si la otra persona se siente triste, ¿permito que exprese su tristeza o intento que se olvide o se evada haciéndole algún ofrecimiento de distracción?
Si el otro tiene sentimientos que juzgamos "negativos" o "equivocados" ¿le decimos que "no debe" sentirse así? Es decir, ¿invalidamos su experiencia en lugar de intentar comprenderla?
Si la persona que nos habla tiene una relación significativa con nosotros y me cuenta algo que me atañe de forma directa o amenaza mi estabilidad de algún modo ¿me dejo llevar por el temor ante lo que me cuenta y respondo desde el miedo dejándome arrastrar por la emoción sin antes escuchar o intentar comprender? 


Comparto un fragmento de una novela de Michel Ende:

"¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No: Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? O ¿es que -ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, algún lector: cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo y le resultaba claro, de modo misterioso, mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso era importante a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!"


Os animo a que esta semana practiquéis la escucha y también a que me contéis cómo os ha ido.

Gracias por estar ahí,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es

















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