martes, 10 de noviembre de 2015

Lo mejor, lo más bello y lo más placentero



Como algunos de vosotros ya sabéis, el tema sobre el que dialogaremos en nuestro próximo Café Filosófico (el último domingo del mes de Noviembre, en el Mercado de la Tía Ni, en Sabarís) versará acerca de La Felicidad. Es éste el motivo (además del interés que suscita en mí misma indagar y profundizar en esta cuestión) por el que mis próximas publicaciones en este blog tratarán sobre este vital asunto que nos concierne a todos. Y digo vital, porque el tipo de vida que elegimos (dentro de los márgenes de nuestros condicionamientos, claro) y la energía que entregamos a los distintos asuntos en los que se desenvuelve nuestra vida cotidiana, siempre expresan, de alguna manera, cuáles son las cosas y valores que consideramos que nos reportan algún bien (sea esta consideración más o menos consciente).

La Felicidad (eudaimonía, en griego) significa "bien vivir". En concreto, para Aristóteles, la felicidad es "la más excelente clase de vida". 

Uno de los aspectos más actuales de la ética de Aristóteles es el de reparar en la característica humana de perseguir metas. Aristóteles trata de investigar si los fines que perseguimos los seres humanos se pueden jerarquizar para, en el caso de que así sea, intentar dilucidar cuál es la meta última, el bien o el fin supremo al que todos aspiramos. Es decir, Aristóteles trata de descubrir si hay un objetivo último, un bien supremo hacia el que todos nos dirigimos, constando que, pese a las diferencias aparentes en los modos de vida particulares, todo el mundo persigue, a su modo, la eudaimonía o felicidad.

Pero, la cosa no es tan fácil, ya que no parece haber un consenso general acerca de aquello en lo que consiste esta felicidad que todos, eso sí, intentamos alcanzar. Y es que, en efecto, hay cuatro formas de vida distinta, según Aristóteles: una, la que identifica la felicidad con el placer; otra, la que identifica la vida feliz con la riqueza; una tercera, la identifica con la virtud y la última, con la vida contemplativa. 

A pesar de todo, parece haber, al menos, un unánime acuerdo en algo: en la consideración de que una vida feliz ha de ser una vida plena, una vida realizada que trascienda la casualidad y el instante. Es decir, la felicidad, como bien supremo, en Aristóteles tendría que ver con un sentido de completud y autosuficiencia. 

Al objeto de que podamos pensar o reflexionar acerca de las metas y valores que nos guían hacia aquello que consideramos nuestro bien o felicidad (de lo cuál nos puede dar una razón bastante certera conocer a qué cosas dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo vital), nos puede servir la distinción que realiza Aristóteles sobre las actividades de los seres humanos. 

El estagirita, divide la acción humana en dos tipos: la acción poiética y la acción práctica. La primera,  es una acción en la que el fin perseguido es la producción de un objeto y cuyos productos constituyen medios para otros fines; mientras que la praxis, es una acción en la que el télos (el fin) que la preside se agota en la propia acción.

Una primera invitación, pues, podría se la de repasar la lista de nuestras actividades diarias a fin de que podamos dilucidar qué cantidad de la energía que destinamos a nuestras tareas cotidianas se dirige a fines instrumentales (medios para alcanzar otros fines) y qué cantidad de esfuerzo, tiempo, energía, etc. invertimos en aquello que decimos que son nuestros fines más elevados.


Aristóteles entendía la vida feliz como una vida virtuosa. Pero la virtud (areté), para los griegos, no se entendía como se entiende en general en nuestra cultura (como virtud cristiana) sino que el término virtud, areté, aludía al desempeño excelente de la función de algo o de alguien. Por tanto, para saber si un hombre es, o no, virtuoso habría que preguntarse primero cuál es la función más propia del hombre (la actividad del alma conforme  a la razón, según Aristóteles).

Así pues, quien, como nuestro filósofo de hoy comprenda la vida feliz como vida virtuosa, la entenderá como un esfuerzo en cultivar y actuar  según la parte racional de nuestra alma, es decir, como un esfuerzo en la realización de su destino como hombre. 

Aristóteles, además, dirá que las actividades conforme a virtud son por sí mismas placenteras, buenas y bellas, por lo que concluye que la felicidad es lo mejor, lo más bello y lo más placentero

(Bibliografía: Aristóteles, Ética a Nicómaco)

Durante las próximas semanas seguiremos hablando acerca de la felicidad.

Que seáis felices,

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es
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