El viernes pasado, en la sección Filosóficamente de la revista digital Homonosapiens (www.homonosapiens.es), publicaron mi último artículo. Espero que os resulte interesante
La influencia de los paradigmas
no es sólo cognoscitiva sino normativa; además de definir la naturaleza y la
realidad, determina el campo problemático permisible, prescribe los métodos de
enfoque aceptables y establece los niveles de las soluciones. Es por esta razón, que un paradigma es más
que un simple modelo teórico de utilidad para la ciencia; en la práctica su
filosofía moldea el mundo.
(Stanislav Grov)
En La estructura de las Revoluciones científicas, Kuhn habla acerca de
la dinámica evolutiva de las teorías científicas. Kuhn se da cuenta de que en la evolución de una disciplina
científica se dan dos fases radicalmente distintas: periodos largos de ciencia normal (como el desarrollo
de la mecánica newtoniana, que duró más de doscientos años) y periodos de ciencia revolucionaria.
Lo que caracteriza un periodo de ciencia normal, según Kuhn, es que se
desenvuelve en el marco de una estructura
conceptual, o paradigma, que no se pone en duda por los científicos
involucrados. Son precisamente estos presupuestos compartidos (una red de
compromisos teóricos, instrumentales y metodológicos) los que, en la
cotidianeidad, les permiten ir avanzando sin cuestionar los supuestos básicos
comunes. Uno de los rasgos más sorprendentes de los problemas de la
investigación normal, de hecho, es su escasa medida para producir novedades
importantes.
Al igual que en el desarrollo de
las disciplinas científicas, también nosotros pasamos largos periodos de tiempo
dedicados a nuestra vida normal. Son épocas en las que nuestra vida discurre sin
mayores novedades. En estos periodos, seamos más o menos conscientes de ello, nuestra vida y las tareas que nos
ocupan, están animadas por un sistema de creencias y valores (el paradigma a través
del que percibimos e interpretamos el mundo -nuestra filosofía de vida-) que no cuestionamos y que nos permiten
desenvolvernos y avanzar día a día con más o menos tranquilidad.
La actividad típica de la ciencia normal es la resolución de rompecabezas, es decir, problemas difíciles de afrontar, pero que
en principio pueden tener solución, conforme a los criterios de plausibilidad
que establece un paradigma. Sin embargo, a veces, surgen anomalías,
es decir, casos que no se pueden explicar según el conjunto de principios
asumidos hasta ese momento.
Los científicos, cuando se
enfrentan a una anomalía ingenian numerosas articulaciones y modificaciones ad
hoc de su teoría a fin de eliminar cualquier conflicto aparente, comenta
Kuhn,
y sólo cuando estas anomalías se multiplican o afectan a un dominio
especialmente importante para la disciplina, los investigadores comienzan a
cuestionarse el paradigma, el cual entra en crisis. Es entonces, cuando
puede estallar una revolución científica.
De hecho, los descubrimientos comienzan tomando conciencia de una anomalía, es
decir, reconociendo que la naturaleza ha violado de algún modo las expectativas
inducidas por el paradigma que gobierna la ciencia normal.
De una forma similar a lo que
ocurre en el desarrollo de la ciencia, en los periodos de nuestra vida normal, nos ocupamos de todos aquellos
asuntos y problemas predecibles, a los que encontramos soluciones en el marco
de la filosofía de vida que hemos asumido. Pero, en ocasiones, vivimos épocas
de una mayor incertidumbre en las que sentimos que nuestra manera de enfrentar
o resolver nuestros problemas (“rompecabezas”)
deja de funcionar. El disparador puede ser algo totalmente inesperado: una
enfermedad grave, la constatación de la infidelidad de nuestra pareja, la
muerte de un ser querido, etc.; o bien, un cúmulo de cosas que nos obligan a
preguntarnos qué partes están fallando en el engranaje de nuestra vida.
Al igual que los científicos,
cuando comienzan a surgir pequeñas disfunciones en nuestra vida, a menudo, intentamos
soslayarlas para evitar conflictos; entonces, buscamos justificaciones,
evasiones o explicaciones a las nuevas circunstancias, que nos permitan
seguir adelante sin atravesar la ansiedad o la angustia que nos produciría
cuestionarnos de una forma más radical los presupuestos que han guiado hasta
ahora nuestra vida (nuestro paradigma actual) y que puede estar comenzando a hacer agua por aquí y por allá.
Sin embargo, si optamos por no evadir o negar nuestra crisis y somos capaces de
aprovecharla para adquirir una mayor conciencia sobre todo lo que está
implicado en ella, quizás descubramos algunas cosas que permanecían ocultas
hasta ese momento y que ahora se nos muestran con absoluta clarividencia. Kuhn,
de hecho, dirá que la adquisición de un nuevo paradigma es un signo de madurez en el
desarrollo de un campo científico.
Una vez asimilados los nuevos descubrimientos,
los científicos son capaces de explicar un abanico más amplio de fenómenos o de
explicar con mayor precisión algunos fenómenos ya conocidos. Estas ganancias se
consiguen al precio de rechazar algunas creencias o procedimientos previamente
establecidos, a la vez que se sustituyen esos componentes del paradigma
anterior por otros distintos: El científico que abraza un nuevo paradigma
es como la persona que lleva lentes inversoras: aunque se enfrenta a la misma
constelación de objetos, los encuentra transformados completamente en muchos de
sus detalles.
La resolución madura de una crisis
en nuestra vida se asemeja a los cambios de paradigma en la ciencia: ya no podremos
ver el mundo de la misma manera. Cuando transformamos nuestra filosofía de
vida, el mundo se transforma. Los
destellos de luz del nuevo paradigma cambian nuestra mirada, haciendo que las mismas cosas cobren una realidad distinta.
De eso se trata atravesar las crisis de nuestra vida con madurez. Pero ésto, al
igual que ocurre en las comunidades científicas en los tiempos de revolución,
tiene un precio: el de someternos a crítica, el de rechazar y modificar algunas
de nuestras creencias anteriores con radicalidad; incluso, a veces, el de cuestionar nuestro
modo de vida. La sensación, a veces, es la de dar un salto al vacío tras el
cual nuestra vida, sin duda, también dará un auténtico giro copernicano.
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