¿LA VIDA UN JUEGO?
Esta tarde,
leyendo la página web de Ran Lahav
(un reconocido filósofo práctico),
me encontré con una reflexión tan clara y lúcida que me he visto tentada a
reproducirla de forma comentada y sintética para que pueda llegar a todos los
lectores de esta revista.
Ran Lahav
intenta hacernos comprender, utilizando la analogía del juego, la facilidad que
tenemos los seres humanos para identificarnos con distintos juegos: familiares,
sociales, psicológicos, religiosos o intelectuales.
Aunque estos juegos nos sirven para alcanzar ciertos objetivos, el peligro de jugarlos de forma
inconsciente durante un largo periodo de tiempo, estaría en la limitación a
la que someten nuestra vida, en vivir en
la estrechez de la caverna que configuramos a partir de sus reglas y normas,
sin siquiera tener conciencia de la
realidad que hay fuera de ella.
Cuando jugamos un juego y nos sumergimos en
él, dice Ran Lahav, vivimos como si
durante ese tiempo, la realidad del
juego fuera nuestra realidad. Nos identificamos a tal punto con sus reglas,
normas y objetivos que olvidamos por momentos la realidad más amplia de
nuestras vidas, aunque mantengamos una leve consciencia de su existencia. Ran
Lahav ejemplifica esta idea con una partida de ajedrez en la que mis figuras son
las blancas:
Cuando estoy absorto en el juego, ellas son
el centro de mis esperanzas, de mis pensamientos, de mis arrepentimientos, de
mis alegrías. Cuando tu reina negra se come a mi alfil blanco, siento un dolor
muy real. Las acciones de las piezas blancas son mis acciones. Yo me muevo a
través de ellas, me vengo, ataco, triunfo, vivo. Porque yo soy ellas. Durante
la duración del juego, los 64 cuadrados negros y blancos son mi mundo.
En este sentido, jugar un juego,
dice Ran Lahav, se parece a ver una película o leer una novela. Si logro
identificarme completamente con sus personajes, “me como las uñas cuando atacan al héroe y suspiro aliviado cuando es
rescatado. Me identifico con el protagonista, con sus preocupaciones, temores y
esperanzas.”
El asombroso
poder de los juegos, advierte R.L., proviene de la capacidad de
identificarme con reglas imaginarias y objetivos imaginarios como si fuesen
reales. Nos identificamos con
situaciones ficticias y sacamos a la realidad "real" fuera de nuestra conciencia.
Los juegos tienen reglas que limitan el comportamiento de los jugadores.
Por ejemplo, si juego al fútbol no podré tocar la pelota con la mano, pero si
juego al baloncesto no podré tocarla con el pie. Al igual que en los juegos,
señala Ran Lahav, nuestra vida también está movida por reglas, como las que
rigen nuestro mundo físico, psicológico y social.
En la medida en la que me
identifico con determinada forma de ser, objetivos que alcanzar o cualidades
que desarrollar, mi vida pasa a desenvolverse en función de esas pautas del
juego que me he o, en el peor de los casos, me han impuesto (mis
condicionamientos externos). Si juego a “ser atractivo/a”, por ejemplo, gran
parte de las acciones de mi vida se ajustarán a todas aquellas normas y reglas
que vengan impuestas por el juego de “ser atractivo”. Pasaría lo mismo con el
juego de “hacerme rico”, “ser filo-sofo”, o cualquier otro juego con el que nos
hayamos identificado.
El
problema, señala R. Lahav, es que a
partir de ese momento, los estándares de mi vida estarán limitados por las
normas autoimpuestas de mi juego y mi vida se verá automáticamente restringida
a ellos. Jugar juegos, dice Ran L., es
confinarme a mí mismo a una realidad imaginaria muy estrecha.
Del
mismo modo que hay juegos de mesa y juegos al aire libre, también hay juegos
personales y sociales, incluso juegos de pensamiento, señala nuestro filósofo
práctico, como “soy existencialista”, “soy materialista”, “soy progresista”,
etc.
Si entro a los juegos sin darme cuenta, si me pierdo
en ellos por largos períodos de tiempo, entonces, advierte Ran
Lahav, no vivo plenamente mi vida.
Somos asombrosamente "buenos" en
perdernos en reglas y objetivos ficticios, continúa explicando Ran Lahav, y
nos muestra algunos ejemplos: los niños
israelíes aprenden rápidamente las reglas de la identidad israelí y los niños
árabes aprenden rápidamente las reglas de la identidad árabe. Los
americanos aclaman a sus equipos de basquet, los italianos aclaman a su equipo
de fútbol italiano. El pobre campesino africano sueña con su campo lleno de
árboles de plátano, mientras que el filósofo americano sueña con volverse
famoso (¡famoso entre otros intelectuales!)
Somos muy buenos en restringir nuestros
pensamientos, nuestras emociones, aspiraciones y comportamiento a un ámbito muy
limitado de la realidad humana.
A pesar de todos estos peligros, parece
que no todo parece perdido. Pues, tal y como lo expresa el propio Lahav:
El jugador de
ajedrez tiene una vaga conciencia de que está jugando, y esa realidad es más
amplia que el tablero de ajedrez. Una señora adinerada en una fiesta de alta
sociedad puede actuar y sentir de acuerdo a las normas sociales y sin embargo
algo en el fondo de su mente le puede estar susurrando que está actuando.
No estoy totalmente encarcelado en mis
juegos. Incluso cuando me veo forzado a jugar las
reglas de mi sociedad y de mi psicología, no necesito identificarme plenamente
con éstas y restringir mi existencia a ellas. Incluso cuando me encuentro a mí
mismo controlado por mis hábitos u obsesiones o temores, puedo darme cuenta de
que mi realidad es mucho más grande que estos juegos.
La psicología
moderna ha desarrollado modos de ayudar a la gente a darse cuenta de sus juegos
psicológicos ("patrones emocionales","defensas",
"represiones", etc.) y de ir más allá de ellos. Pero esta tarea, por
más importante que pueda ser, todavía sigue siendo muy limitada. Porque ir más allá de los juegos
psicológicos no es todavía ir más allá de una prisión más fundamental
todavía, esto es, la prisión
conceptual - los juegos de nuestro entendimiento: las reglas y objetivos
que seguimos construyendo las coordenadas básicas de nuestro mundo.
Y el propio R. Lahav se cuestiona:
¿Es posible acaso que lleguemos a ser conscientes de estos juegos más
fundamentales o de ir más allá de nuestra concepción normal de la realidad?
¿Existe alguna manera de trascender nuestros modos usuales de comprensión, que
son los que forman nuestro mundo?
Esto sería una tremenda tarea. Es difícil
pensar en una aspiración más ambiciosa. Y sin embargo, me parece que no es del
todo imposible. Por supuesto como ser humano no puedo ser libre de todo tipo de
ataduras. No puedo deshacerme de todos
mis patrones cognoscitivos y culturales. Pero el punto es que no necesito identificarme con ellos. No necesito
limitar mi conciencia a determinados juegos intelectuales. Puedo
"escuchar" a una conciencia más amplia de una realidad más grande.
Puedo contemplar más allá de mis limitaciones.
Si esto es
realmente posible, si puedo ser más
grande que mis juegos y puedo estar
en contacto con un ámbito más amplio de la existencia humana, entonces esto parece ser una tarea apropiada para la
filo-sofía. Porque, para usar las imágenes de Platón, el objetivo del filó-sofo es salir de la estrecha caverna hacia un
mundo más amplio.
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