jueves, 4 de diciembre de 2014

Comenzamos el trabajo práctico

Hola a todos de nuevo.

Esta semana quiero proponeros una cuestión práctica para que vayamos viendo como podemos ir realizando el trabajo de desenmascar algunas de las creencias que hemos ido asumiendo en el pasado y que, sin ser plenamente conscientes de ellas, rigen nuestras reacciones más automatizadas.
Pondré un ejemplo personal. En este caso, se trató de uno de los mandatos que yo había incorporado  y que pude detectar en una de las ocasiones en que me di cuenta de que estaba metida en un estado de actividad frenética que no podía parar.  ¿A alguno de vosotros le suena la frase "Primero la obligación y luego la devoción" o "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy"?

Hace unos meses me vi en la tesitura de tener que vaciar el piso en el que vivía y dejarlo en perfecto estado para ponerlo en alquiler gastando lo mínimo posible. Hice una revisión del trabajo que tenía que llevar a cabo y la lista de asuntos pendientes que surgió fue enorme, así que decidí acometer las tareas poco a poco. Pero sin darme cuenta fui entrando en un estado de actividad y de inquietud interna que hacía que cada día me despertara más temprano, me arremangara y me pusiera manos a la obra: ora pintar, ora limpiar, ora vaciar armarios, ora empaquetar libros... No importaba qué: me despertaba y, sin mediación ninguna. me entregaba a alguna de las tareas de forma mecánica. Ya en la nueva vivienda, "decidí" -o mejor, decidió mi mandato incorporado- aprovechar el impulso de actividad que se había apoderado de mí y entregarme a las nuevas tareas que decidimos que hacían falta realizar. Vivía en un estado de "no poder parar": ora lavar fundas por aquí, ora limpiar, ora pintar, ora ordenar... Tenía la esperanza de que algún día tooodo estaría organizado de modo que ¡por fin! podría dedicarme a lo que realmente quería hacer sin ningún "deberías ocuparte de ..." en mi cabeza que me lo impidiera. Pero antes de que llegara ese momento, mi cuerpo me jugó una mala pasada y sufrí una contractura tal que me hizo parar de inmediato.
En los paseos matutinos de los días siguientes, tuve por fin un espacio para tomar conciencia sobre la manera en que había afrontado las cosas durante las últimas semanas y pude preguntarme sobre el porqué de mi modo de responder a esa circunstancia concreta. Reconocía otros momentos en los que me había ocurrido algo parecido y me pregunté a qué se debía que se desencadenase esa automaticidad en mi respuesta a determinadas situaciones. Pensé sobre ello y me di cuenta de que había asumido la creencia de que antes de poder disfrutar de forma plena de lo que realmente me apetecía o más me interesaba hacer, tenía que haberme ocupado de las obligaciones pendientes. Y tan incorporado tenía ese juicio que ni siquiera era consciente de él: ya sólo operaba activando mi modo automático de entregarme sin mediación a las tareas pendientes, a medida que iba postergando de forma indefinida aquello a lo que me entregaría de lleno una vez finalizadas todas mis obligaciones.

Pero, esta creencia asumida ¿era verdadera? 
¿Había manera de acabar con las cosas pendientes alguna vez?
¿Puedes tener ese control realmente? 
¿No era verdad que siempre surgen nuevas cosas de las que ocuparte? 
¿De dónde venía esa creencia ("Primero la obligación y luego la devoción")? ¿De la sabiduría popular?, ¿Me la habían inculcado mis padres? o ¿En el colegio, quizás?
¿Es más importante la obligación que la devoción realmente? Si es así, ¿De qué tipo de obligaciones hablamos? 
¿Qué placeres voy dejando de lado en el camino? ¿Qué dejo de disfrutar?
 ¿Qué valor le daba a las cosas que iba postergando? En teoría eran las más importantes para mí: de hecho, por eso tenía que tener resueltas todas las demás cosas antes: para poderme entregar sin reservas a ellas. Pero, entonces ¿por qué, si era lo más importante para mí, mi energía, mi tiempo y mi actividad los dedicaba a otras cosas? ¿No había una cierta incoherencia ahí? 

Os propongo la siguiente reflexión: 

Reconozco que hay cosas que digo que son muy importantes para mí -cada cual sabe cuáles son las suyas-: enumero algunas
Y me pregunto: ¿Dedico mi tiempo, mi actividad, mi energía a ellas o las postergo indefinidamente?
¿Puedo discriminar lo urgente de lo importante? ¿Me enredo con lo urgente y no dejo espacio para lo importante?
¿Qué cosas que considero importantes postergo? ¿Por qué motivos? ¿Qué excusas me doy para hacerlo?
¿A qué dedico el tiempo de mi día a día?
¿Esas cosas a las que me dedico son las que yo digo que más valoro? Si no es así, ¿No hay ahí un desajuste? Si lo que digo que más valoro es a lo que menos tiempo dedico, me pregunto entonces ¿Es lo más importante para mí realmente o sólo mantengo de forma teórica que es lo más importante?
¿Qué me impide hacer aquellas cosas que quiero hacer y que digo que son importantes para mí? 
Si detectáis algunas ideas que os surgen acerca de estas cuestiones, podéis revisarlas, cuestionarlas y someterlas a crítica. Si detectáis algún juicio en forma de mandato incorporado, podéis preguntaros:
Este mandato ¿Es mío? 
Si no es mío, ¿De quién es (de mi madre, de mi padre, de mi hermano mayor, del cura...?


Hasta la próxima semana queridos amigos

carmen C zanetti
www.carmenzanetti.es






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